Por Armando García
Gracias a una invitación de Sergio Doval que nos propuso hacer una travesía realmente diferente hacia los ríos Teuco y Bermejo, en pleno Impenetrable chaqueño. La fecha escogida fue los primeros días de octubre, ya que para mediados y fines de este mes se pronosticaban intensas lluvias y los caminos de acceso son intransitables.
La advertencia de Sergio fue clara y concisa: no es un río fácil, pero es hermoso.
Desde Resistencia, viajamos hasta la ciudad de Castelli, en donde nos encontramos con el organizador de esta aventura: Alberto Rister, quien tiene la experiencia de haber efectuado esta travesía unas 20 veces, conociendo cada una de las curvas, pozos y misterios que posee este curso de agua a lo largo de los 230 km de recorrido que debíamos afrontar.
Esta travesía demanda una organización muy estricta y minuciosa, ya que desde Castelli hasta el lugar en donde íbamos a zarpar había una distancia de unos 200 km, de caminos de tierra, casi inaccesibles, y por donde teníamos que trasladar la balsa totalmente desarmada para rearmarla antes de navegar.
Partimos un día sábado hasta la localidad de Wichi El Pintado, en donde tuvimos que buscar un lugar con acceso al río Bermejo, para armar la balsa y botarla al agua. Todo esto nos demandó un día completo de logística y traslado. Por la noche un sabroso chivito a la parrilla nos recargó de energías y nos fuimos a descansar con la mente puesta en la gran navegación que nos esperaba al día siguiente.
Comienza la aventura
Durante el amanecer, el chapoteo de un pez en el agua nos despertó. Se trataba de un dorado que se prendió del anzuelo de una de las cañas que dejaron los muchachos que durmieron en la balsa. Este bello dorado, fue el despertador a la gran experiencia que por primera vez iba a vivir.
La balsa estaba construida con unos 14 tambores de 200 litros, sobre los cuales se armó una plataforma que fue reforzada por tarimas de madera. Además de la balsa, llevaríamos dos embarcaciones: una con todos los equipos para el campamento, y otra de aluminio, con motor con la cual desarrollaríamos la pesca.
Zarpamos en un día maravilloso, y a los pocos metros ya comenzamos a deslumbrarnos con las maravillas naturales de este río cautivante, sinuoso, con tramos estrechos y otros de amplio cauce, ya que cuando se desborda suele inundar muchas hectáreas de costas, montes y campos.
En esta época del año, el río por su bajante, tiene un promedio de profundidad de unos 2 metros, con muchos bancos de arena, y zonas en las cuales hay que bajarse de la embarcación porque queda varada. También es común ver árboles enteros hundidos, ya que cuando el caudal es alto, muchos troncos y árboles son arrastrados por la corriente. Todo esto implica una navegación muy cuidadosa y con embarcaciones rústicas.
En las primeras horas de nuestra aventura, estábamos en la balsa tratando de amarrarla a la costa, cuando vemos aparecer a Sergio, con una tremenda bestia. ¡No lo podíamos creer!! Era el primer surubí que veía de este río, y me quedé conmovido por su tamaño y belleza. Inmediatamente sacamos algunas fotos y, tras regresarlo al agua, me dispuse a preparar todo para la pesca.
La pesca
El estilo de pesca más utilizado en este río es la carnada, la que se consigue gracias a la gran presencia de sábalos. Con pequeñas redes, se sacan los sábalos y con eso se encarna. También se pueden utilizar pequeños bagres como cebo natural. Nosotros habíamos comprado anguillas por las dudas que se necesitase este cebo.
Las pruebas se realizan en los grandes pozones que se forman cuando la corriente pega con fuerza contra las toscas duras que se forman a los costados del cauce. En estos lugares profundos, de unos 6 a 8 metros, es en donde se lanzan las carnadas para tentar a las bestias.
En mi caso, decidí probar con artificiales, algo que nunca se había intentado, ya que la claridad del agua es nula. Como soy amante de la pesca en la modalidad trolling le sugerí a Sergio que me dejara pasar los artificiales por estos pozones en busca de un pintado de mayor tamaño.
El ancho de estos pozos es de unos 4 a 5 metros, por lo cual el señuelo debe pasar entre esas canaletas que tienen unos 30 metros de extensión. Las pasadas son de unos 100 metros más o menos, y una vez que pasamos el sector profundo, damos la vuelta con la lancha y regresamos para hacer el mismo recorrido.
Hacia el pozón mágico
Amaneció y después del desayuno salimos con Sergio en busca de su sitio de pesca. Navegamos del campamento tan solo unos 5 minutos, y comenzamos la primera pasada en contra de la corriente. Ya con los señuelos en el agua, y apenas comenzaron a nadar,
Nuevamente mi guía, haciendo trolling en contra de la corriente, siente un toque en su caña. Yo desde atrás, veo que la vara queda fija, como si se hubiese enganchado del fondo. Imaginé que podía ser uno de los tantos palos. Unos segundos después “el palo” reaccionó, y en la primera corrida, contra la corriente, sacó unos 50 metros de nailon, a una velocidad impensada. Con el motor al máximo de potencia, seguimos a la bestia que parecía no tener freno. Como es un río angosto y en sus márgenes muy playo, el pez sale en busca de sitios que le ofrezcan protección, como palos y troncos. Por este motivo, el pescador no tiene demasiadas chances de pelearlo tranquilo. Todo es brusco, todo es fuerza y nerviosismo, ante un contrincante que usa sus recursos para recuperar la libertad. La bestia nos paseó por todo el río, hacia arriba, hacia abajo, en un par de ocasiones casi nos varamos. La locura que vivimos parecía traída de un cuento de hadas. Yo no sabía como filmar y registrar todo, ya que la mezcla de alegría y temor por perder al pez eran tremendas.
Sergio, tenía su caña y a la vez, manejaba el bastón del motor, por lo que las maniobras eran de película. Era fundamental que lo siguiéramos al pez, ya que de lo contrario las posibilidades que se metiera entre un palerío y que lo perdiéramos eran altas.
No sé cuánto tiempo duró la contienda, aquí no hay reloj que valga, es todo emoción, es todo nervios lo que se vive en esos minutos interminables. Cuando pudimos dominar a al pez, Sergio, lo enlazó con una soga por la cola, y nos dirigimos hacia la costa, para poder mostrarlo en plenitud.
Cuando lo pudimos ver, realmente nos emocionamos, ya que hacía mucho tiempo que no veía un surubí tan hermoso, por su colorido, y su tamaño. Muchas fotos y abrazos, por la captura, y la felicidad total de regresarlo sano y salvo al amarronado río.
Llegó mi oportunidad
Tras las felicitaciones y los abrazos por la conquista de tremenda presa, iniciamos otra nueva pasada por el pozón, pero en esta ocasión aguas abajo, es decir, a favor de la corriente.
Tras unos metros de recorrido, siento el golpe brusco en mi caña, señal de un nuevo pique. Inmediatamente, el reel empieza a escupir multifilamento, y la línea que cortaba el agua hacia un lado y el otro, como en un zigzag interminable. Tenía mi surubí y trataría de vencerlo en este difícil ambiente. El esfuerzo por tratar de mantenerlo lejos de los palos y cerca de la lancha, demandaba maniobras hacia un costado y el otro, hacia arriba y hacia abajo. Tras varios minutos de nervios, el pez encara hacia la zona playa y bruscamente cambia de dirección pasando por debajo de la lancha, con la fortuna de lograr que el anzuelo se desprenda. Miré al cielo, y no le encontraba explicación… el pez ganaba su batalla y me ahogaba todos los gritos de felicidad.
Increíblemente el tiempo pasó volando entre una pelea y la otra, lo que nos obligó a regresar hasta la balsa, para recargar energías.
Antes de llegar a la balsa, los teníamos que buscar a Pomelo y Vicente, quienes se habían quedado en otro pozón pescando con carnada. La suerte les había sido favorable, con varias capturas de cachorros de surubí de buen tamaño que fueron tentados con anguilas como cebo natural.
La llegada
La aventura terminaba en una localidad llamada Manantiales, que era el único sitio, después del punto de partida, en donde podíamos llegar a levantar la balsa y todos los equipos del campamento. Durante la travesía, no existen sitios que permitan acceder hasta la costa del río, ni donde uno pueda levantar las embarcaciones.
Un día antes de llegar a Manantiales, recién comenzamos a ver signos de civilización, con algunos accesos hasta el río, pero con localidades metidas a varios kilómetros de distancia.
Aquí en los últimos kilómetros de recorrido, el paisaje se contamina con trampas y cimbras que se usan para pescar. Como una película de terror, la presencia humana deja sus cicatrices más profundas en medio de un río que días antes aparecía inmaculado.
Arribamos a nuestro destino, y tras un fuerte abrazo a cada uno de los integrantes de esta maravillosa aventura, nos despedimos hasta el próximo año, cuando seguramente nos volvamos a congregar para recorrer, deslumbrarnos y en los pozones la grandes bestias de los ríos Teuco y Bermejo.
Infinitamente agradecido por las atenciones y la amistad de Sergio Doval, Alberto Tister y Vicente Rister, también para Darío Stein y Néstor “Pomelo” Kronemberger
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