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PERSEVERANCIA… esa es la clave

Caza mayor

En esta oportunidad quiero compartir esta historia de varios meses de trabajo, empeño y  desencantos, que puso a prueba mi paciencia y perseverancia hasta que finalmente logramos el tan ansiado premio.

En todas mis notas, siempre trato de aportar un comentario, una experiencia, un consejo direccionado mayormente a quienes recién empiezan o hacen sus primeras experiencias en la caza deportiva. No quiere decir que los cientos de líneas escritas a lo largo de estos 12 años en Revista EL PATO, no puedan servirles al resto de los lectores, avezados cazadores de toda una vida, pero entiendo que más ricas les resultarán a quienes arrancan y tienen todo un mundo por descubrir.

Está claro, por otra parte, que no soy, ni me creo “palabra santa”, todo lo contrario, pero practicando la caza menor desde que nací, sé que con mis historias y anécdotas, algo se puede aportar, y esa es mi satisfacción y el motivo principal para seguir escribiendo.

Claramente, no sucede lo mismo cuando hago ocasionalmente alguna nota sobre Caza Mayor, una actividad realmente apasionante pero que, por cuestiones de la vida misma, recién empecé a practicar hace unos pocos años atrás y ni cerca estoy de hablar con la experiencia que tienen otros colegas como Gabriel Paccioretti, Hernán Lapieza y tantos otros que ilustran o han ilustrado la revista, aportando su rica experiencia.

Por eso, cuando escribo sobre Caza Mayor, lo hago desde otro lugar, comentando simplemente lo que este joven y corto camino recorrido me está enseñando, con muchas pruebas, errores y los consejos de amigos que la tienen muchísima más clara que yo. Y en este punto quiero detenerme y agradecer muy especialmente a mi querido amigo Raúl Brito de Guatrache, provincia de La Pampa, que a lo largo de estos años se ha transformado en una especie de “gurú” soportando estoica y pacientemente mis consultas.

Hecho este largo pero, creo, necesario introductorio, les comento (por si quieren pasar página) que esta nota es un resumen, que intentaré hacer lo más llevadero posible, del largo camino recorrido este año hasta lograr la tan ansiada presa.

Quizá  alguno de Uds. recuerde el año pasado cuando les contaba sobre “El Supremo”, ese loco proyecto de un mini coto privado para cazar chanchos cimarrones, que iniciamos con un grupo de amigos. Para quienes no hayan leído nada, brevemente les cuento, aprovechando la generosidad de mi amigo el Turco (prefiere mantenerse en el anonimato) que tiene un campo de pastoreo y engorde y que sufre los estragos producidos por los chanchos cimarrones en el centro norte santafesino, surgió la idea de armar un par de apostaderos e instalar un cebadero automático para atraerlos y cazarlos a la espera, lo más deportivamente posible.

Así arrancamos el año pasado, comprando uno de los excelentes productos del Cordobés, José Simonetti e instalando sobre unos añejos algarrobos un par de apostaderos fijos. Nos fue realmente muy bien, logrando en muy poco tiempo excelentes resultados, con un promedio de un chancho por cada luna. Pero nuestro sueño se vio abruptamente interrumpido al sufrir el vandalismo de unos cuatreros que nos rompieron el cebadero y se llevaron dos terneras del Turco.

RENACER:

Cinco meses pasaron desde estos tristes hechos de vandalismo. En el interín aprovechamos para replantear ideas y también reparar el cebadero, y aprovecho para agradecer a José, el fabricante de cebaderos automáticos, porque solamente nos cobró los repuestos.

Pasados los insoportables calores del verano santafesino, húmedo e infestado de mosquitos, decidimos volver a apostar fuerte y en abril, cuando el tiempo nos dio un respiro, y ya comenzábamos a diseñar la temporada de caza menor, viajamos a El Supremo a reinstalar el cebadero automático, mejorar las comodidades de los apostaderos, controlando también que la intemperie no los haya deteriorado demasiado y rearmar otro cebadero (manual) que nos había dado muy buenos resultados también.

Recuerdo como si fuera hoy, la odisea para llegar ese día ya que había estado lloviendo intensamente y los caminos de acceso estaban realmente complicadísimos, para colmo mi camioneta es tracción simple así que llegamos solo porque Dios así lo quiso, y con barro literalmente hasta arriba del techo. Trabajamos absolutamente todo el día, primero reinstalando el cebadero automático y replanteando la pantalla solar con las lecciones aprendidas el año anterior. La pantalla debe estar en un lugar completamente despejado de ramas y otros obstáculos para que su carga sea perfecta.

Cargamos el tacho con maíz entero y lo programamos para que disperse dos veces al día, a las 19:30 y a las 21:30 hs durante más o menos 12 segundos a máxima velocidad. Después le tocó el turno a los tres apostaderos fijos, revisamos que los pallets usados como piso y sus anclajes no estén podridos, mejoramos un poco su visibilidad podando las ramas que habían crecido inoportunas y al mismo tiempo aprovechamos para enmascararlos un poco fijando ramas secas alrededor. Hecho esto, pasamos a los cebaderos manuales, consistentes en tarros de 20 litros plásticos, enterrados estratégicamente (uno por apostadero) los que llenamos con maíz y cubrimos después con palos para que las vacas, los caballos y las aves no coman su contenido.

Por último, reactivamos los “rascaderos” que no son otra cosa que troncos de árboles o bien postes (uno por apostadero también) a los que rociamos con aceite quemado (el gasoil está bastante caro hoy día) para que los chanchos lo usen para rascarse y desparasitarse, bien cerca  la comida. Es bastante fácil verificar si fueron usados ya que generalmente por el aceite o gasoil vertido queda bastante barro en la base del palo y, por ende, uno siempre ve huellas, y ni hablar de los pelos y/o el barro que queda pegado al tronco, lo que también permite ir adivinando el tamaño aproximado del animal y, en este caso, que son cimarrones, también el color de su pelaje ya que al no ser jabalíes puros, hemos visto incluso chanchos overos y con distintas tonalidades, hasta algunos blancuzcos.

Con todo listo y pocos rastros a esa altura del año, decidimos dejar cebando el campo para volver a tener caza, y la ilusión de que teníamos por delante una mejor temporada que la pasada ya que como plus, teníamos la invalorable experiencia del año anterior y de los errores cometidos. Pero lamentablemente, uno propone y Dios dispone, está claro, porque a partir de ahí empezaron las lluvias que cortaron el único camino de acceso por el desborde de arroyos y lagunas, bloqueándonos el ingreso por más de 60 días. Para colmo, arrancó la temporada de caza menor y como habrán visto, estuvimos bastante y muy bien ocupados así que El Supremo quedó totalmente descuidado hasta mediados de Julio en que decidimos (y pudimos) reingresar… y obviamente, había que arrancar de cero.

Nos encontramos con que el cebadero no anduvo porque ¡¡¡conectamos los cables al revés!!! sí sí, así de buenos somos… los cebaderos a ras del piso directamente no existían ya que los chanchos habían arrancado y destruido los baldes enterrados, y los rascaderos habían funcionado perfecto pero claramente ya no tenían el líquido lubricante que los mantuviera tentadores. Así que a poner nuevamente todo en marcha y aprovechar para mejorar las comodidades de los apostaderos, instalando en dos de ellos un cómodo estante donde apoyar el arma, los binoculares y un largo etc. de opciones.

También, viendo que había mucha actividad reciente en otro punto del campo, decidimos redoblar la apuesta instalando un nuevo cebadero manual más, lo cual obviamente amplía las opciones pero también los costos ya que es otro pozo para tirar maíz, otro rascadero y obvio, otro apostadero. Igual, creo aún hoy, cuando aún no nos ha dado ninguna presa, que ha sido una muy buena opción ya que siempre tiene muchísima actividad y es cuestión de tiempo para que coincidamos con las presas.

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PRIMERAS LUNAS:

Fueron realmente un desafío, sobre todo las de julio y agosto en que había muy poca o nula actividad en los puestos, muy pocos rastros al llegar y CERO ruido o señales de animales al apostarnos durante horas y horas. Pero había que seguir, había que lograr que los animales se vuelvan a cebar. Había que seguir comprando y tirando maíz e insistir con los viajes al campo, a pesar de todo.

Ya la luna de septiembre fue mejor, teníamos noticias del puestero que se estaban viendo muchos rastros y los cebaderos eran salvajemente atacados, debiendo ser rellenados con mucha mayor frecuencia. Con este panorama, fuimos a apostarnos con mi hijo Gastón, a mediados de septiembre, y el día no prometía grandes chances ya que sabíamos, el Turco y su gente iban a estar desmontando y abriendo una línea para tirar a futuro un boyero nuevo, dividiendo un potrero.

Ni que decir cuando llegamos y vimos que había un tractor, tres motosierras y casi diez personas laburando y metiendo un barullo tremendo a escasos 50 metros del cebadero automático. Así que sin muchas expectativas, luego de revisar los cebaderos y rellenarlos, viendo que era imposible apostarse por el momento, decidimos echarles una mano a nuestros amigos. Las tareas rurales terminaron más o menos a las seis de la tarde cuando ya caía el sol, volviendo lentamente todo el movimiento y los sonidos del monte a su normalidad.

Nos miramos con Gastón y decidimos quedarnos un rato igual, por las dudas, aprovechando el viaje ya que los costos de traslado tampoco son menores con lo que sale hoy el diesel premium de cualquier marca y teniendo en cuenta que son más o menos 250 km entre ida y vuelta a casa, por cada viaje. Por esas cosas del destino, ese día, en lugar de llevar mi fusil, decidí ir con la escopeta Boito calibre 20 y cartuchos con munición slug, sin tener en cuenta que no había demasiada luna y ningún accesorio de luz artificial…

Se hizo pronto de noche, y como dije, la luna creciente aún estaba en un 60% de luminosidad, así que costaba bastante ver y mucho más, hacer puntería, pero bueno, ya estaba completamente jugado y alrededor de las 20:15 apareció a unos 50 metros mío, como un fantasma, mi querido contrincante “el colorado” (bautizado así claramente por el color de su pelaje). Este chancho hace un año que me trae de mal en peor, lo vi una sola vez de día y no me dio disparo, he visto con frecuencia sus pelos en un rascadero, y peor aún, una vez me entró y se quedó directamente DEBAJO de mi apostadero, sin darme opción de disparo tampoco, retrocediendo por donde vino . . . y ahora lo tenía clavado a 50 metros como una estatua, simplemente ESPERANDO.

Le apunté varias veces con la escopeta, haciendo movimientos ultra lentos y aprovechando la sombra que proyectaba mi algarrobo, pero sinceramente, no veía mucho más allá de la recámara de mi escopeta y no quería arriesgar. El duelo de “estatuas” duró unos cuantos minutos ya que desde ahí se vino casi enfrente, a unos 20 metros de mi posición, lo tenía bien de costado y con los largavistas lo veía clarísimo, pero con la escopeta dudaba, menos que antes, pero dudaba (hasta hoy me reprocho no haberle disparado ahí) y el bicho se movió, empezó a caminar y rodear el cebadero, mientas yo esperaba ansiosamente que salga al claro de monte donde tendría mejores posibilidades… pero no, rodeó el cebadero totalmente y se perdió hacia mi izquierda, y con él todas mis ilusiones.

Obviamente me insulté en todos los idiomas posibles, primero por no haber llevado mi fusil y segundo por no haber disparado cuando lo tuve más cerca, y a punto estaba de levantar campamento e irme completamente frustrado cuando sentí bien enfrente mío y MUY cerca, como se quebraba una ramita detrás de unos árboles. Enfoqué los binoculares y vi claramente otro chancho atrás de un enramado, enorme y negro como la noche, con toda la carga de adrenalina, frustración y ansiedad, no esperé demasiado y apenas salió un poco le disparé, errando como un caballo. No me justifico para nada, le erré y “bien errado” como dice mi amigo Raúl Brito, el disparo estoy seguro pasó por arriba del chancho y este desapareció como un relámpago en el monte. Tiré apurado y sumamente condicionado por la experiencia vivida minutos antes y así me fue.

Más allá de los auto-insultos y todos los mensajes que mentalmente me deben estar dedicando a mí y mi descendencia, lo cierto es que por sobretodo APRENDI: que el arma adecuada para caza mayor, generalmente es el fusil, que la escopeta sirve pero cuando hay poca luna, es mejor adaptarle una linterna o mínimamente un mirín de fibraóptica, que aunque se vaya un chancho, es muy probable que bien cerca ande otro por lo que conviene quedarse quieto y callado esperando, y más cuando el primero se fue sin detectarte, que cuando estás seguro que podés tirar, lo mejor, es tirar y no quedarte con esa intriga y un largo etcétera.

PERSEVERA . . . Y TRIUNFARAS:

Luego de esa maravillosa y dolorosa experiencia, fuimos con la luna llena de septiembre junto a nuestro amigo Rodrigo Cernotti de Pilar, en su Ranger 4×4 porque nuevamente las lluvias habían hecho estragos en el acceso al campo. Nos costó un Perú llegar, pero teníamos datos de muchísima actividad y cuando llegamos vimos huellas por todos lados y muy frescas por cierto, así que decidimos jugarnos un pleno y quedarnos toda la noche apostados. Sin embargo, a pesar del esfuerzo y de una noche absolutamente maravillosa, no tuvimos ni siquiera un indicio de aproximación en ninguno de los tres cebaderos… parecía un campo fantasma… increíble!!!

Pegamos la vuelta a casa con el rabo entre las patas y sin encontrar ninguna explicación que nos consuele, pero con la fuerte determinación de no bajar los brazos y volver, y seguir cebando y seguir metiéndole esfuerzo, dinero y energía, y el premio vino el primer fin de semana de Octubre, el domingo 6, cuando se terminaba de jugar el clásico santafesino de fútbol, partimos nuevamente con mi hijo Gastón, mano a mano, rumbo a El Supremo, con datos nuevamente frescos de muchísima actividad, lo que pudimos confirmar apenas llegamos ya que los tres cebaderos estaban revueltos, los palos rascados y más huellas debajo del automático.

Claramente llevaba mi fusil Marlin calibre 30-06 con la mira Bushnell Banner 3-9 x 50  y balas Hornady Custom de 180 grains y me aposté exactamente en el mismo puesto donde había tenido el sinsabor con la escopeta, mientras Gastón quedaba en el cebadero más nuevo y con mayor actividad de, aparentemente, un par de tropillas con animales de distinto tamaño.

Se escondió el sol y reinaba el silencio casi absoluto, interrumpido a veces por algunas bandadas de patos y el ocasional croar de las ranas de las cañadas cercanas, o el mugir de las vacas… algo, llamémoslo un sexto sentido, me puso en alerta, sintiendo como la respiración se me aceleraba junto al corazón, empecé a mirar con los binoculares pero no había absolutamente nada en 180 grados y el silencio era casi opresivo, hasta que escuché unos pasos pesados y furtivos atrás mío, que se detuvieron bien sobre la línea de monte. Era evidentemente un chancho, así que le saqué el seguro al fusil lo más despacio y silencioso posible y relajé la postura para el disparo.

El animal de pronto hizo como una corta escapada y silencio absoluto, y supe que era solo una treta, no se había ido a ningún lado, así que el corazón ya lo tenía a la altura de la lengua cuando lo vi aparecer desde mi izquierda, con paso decidido y confiadísimo, rumbo a la comida. Recuerdo con claridad como se le notaban los pelos de la crin erguidos y su cola en posición horizontal y la cabeza más bien en alto. Repito, la postura de un animal completamente confiado en que está solo, no lo dejé andar demasiado, puse la cruz detrás del codillo y dejé que el disparo me sorprenda PUMMMMM… el animal salió corriendo pero era evidente que estaba pegado porque se llevaba todo por delante y unos instantes después creo haber escuchado que pataleaba.

Esperé unos minutos que me vuelva el alma al cuerpo y descendí del árbol, las dudas me atormentaban porque si bien estaba súper seguro de haber pegado, no sabía dónde, si era un disparo mortal o una herida que llevaría el animal fuera de mi alcance. Mientras tanto, al rato apareció Gastón para ayudarme y una vez localizada la “primera sangre” empezamos a seguir el rastro. A los pocos metros era evidente que el disparo era bueno, porque había gran pérdida de sangre, sangre clara, intensa y un poco más adelante, se veía que perdía de ambos lados, así que la búsqueda no fue demasiado prolongada, el animal estaba muerto a unos 50 metros de donde le disparé, con un pequeño orificio de entrada en su codillo derecho y un buraco a la izquierda y sangre por todos lados, quizás, rodó sobre si mismo porque hasta en la cabeza tenía sangre.

Fue un hermoso padrillo de más de 100 kg. que nos costó muchísimo tiempo y esfuerzo para sacar del monte hasta que pudimos acercarnos con la camioneta y llevarlo a tiro hasta el galpón para faenarlo. Quizás la palabra no sea TROFEO, si es que lo medimos en relación al tamaño de sus colmillos, pero mi búsqueda, cuando cazo, es específicamente de carne para compartir con mi familia y amigos y subsidiariamente, si se da, el colmillo o cornamenta que justifiquen la palabra, así que no tengo dudas en que para mí fue un gran y hermoso trofeo, fruto de muchísimo, pero muchísimo trabajo físico, un notable esfuerzo económico tras meses de cebar y viajar, y sobretodo, un incalculable desafío mental, no siendo pocas las veces en que pensé y pensamos junto al resto del equipo, Damián, Gabi, Thiago y Carlitos, en dejar todo.

Pero la perseverancia, la constancia, la paciencia, finalmente dieron un hermoso fruto y nos han dejado muchísima experiencia, cada apostada, cada viaje fue un aprendizaje que sin lugar a dudas nos van a servir, ya sea que sigamos yendo a ese campo o a otro u otros, y creo que ese es el verdadero PREMIO. Un abrazo y espero que al menos a alguno de Uds. les sirva para algo este relato

Texto: Néstor Baldacci – nestor.baldacci@hotmail.com

Fotografías: Damián Gallo – www.facebook.com/fotografiadamiangallo 



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