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UN RÍO LLENO DE VIDA

Viajamos hasta el sur correntino, para comprobar el pique de las diferentes especies en Esquina, sabiendo que la crecida del río traería mucha vida, y así lo experimentamos.

Por Ariel Robledo

Después de casi tres años de bajante ininterrumpida, el río elevó su nivel y cambió su fisonomía, gracias a las lluvias que se dieron en el sur de Brasil y que alimentan las cuencas del río Iguazú y Paraná. La culminación del período de La Niña, con su sequía, y el comienzo del fenómeno de El Niño, con sus lluvias más frecuentes, parecen ser la salvación de un río que se mostraba triste, casi sin vida. Ojalá éste sea el comienzo de una etapa de mejores condiciones, o al menos condiciones más normales, con un nivel que permita a las especies reproducirse y que podamos seguir disfrutando de la pesca deportiva por varios años más.

Cuando llegamos a Ingá Lodge, volvimos a encontrarnos con el paisaje que conocimos hace unos años atrás, con el agua tocando las costas del complejo, permitiendo salir con las lanchas desde el mismo patio. Indudablemente que este panorama ya nos alegró y empezamos a conjeturar los buenos resultados que podríamos llegar a tener si las lagunas y bañados esquinenses estaban llenos de agua.

Por la noche, una exquisita cena y la charla amena con Gustavo Werner, propietario de Ingá. Su paso por negocios del sector gastronómico y su pasión por la cocina, nos permite saborear platos sencillos pero con el toque gourmet que solo los especialistas pueden dar. Nos fuimos a descansar con la idea de levantarnos temprano y aprovechar las primeras horas del día, lejos del sol intenso. Programamos la jornada con el objetivo de regresar al mediodía y, después, salir en horas de la tarde, para escaparle a los momentos más bravos de calor, y de menos pique.

Un río cambiado

Con los niveles actuales del río, la navegación por el delta que se ubica al sur de Esquina, se hace mucho más sencilla, más aún cuando contamos con la experiencia de un guía que se crió en esas zonas y que navega con total seguridad.

Salimos con las primeras luces de una jornada que ya pintaba muy calurosa. Cuando navegamos, percibimos en el aire un olor a agua en mal estado y de un colorido que sabemos no es agradable para los peces. Esto se debe a que durante mucho tiempo estas lagunas y bañados no tuvieron conexión con el río y, por lo tanto, la vegetación se fue pudriendo.

Ahora que ésta agua va saliendo a los grandes cursos se siente ese olor desagradable, que va a durar hasta que nuevamente el nivel alto del río limpie todos estos ambientes. Por lo tanto, lo que tendríamos que hacer era intentar la pesca en zonas en donde el agua mostrara mayor oxigenación y, por lo tanto, mejores condiciones.

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Navegamos hasta el río Paraná, que se mostraba ensanchado, con un color de agua agradable, incluso ideal para el uso de señuelos. La idea era indagar en las entradas hacia los arroyos, y ver el movimiento de peces que se podría dar en la unión de las aguas claras de las lagunas con las del río Paraná. Esta condición la encontramos en el arroyo Ingacito, un pesquero que visitamos varias veces en otras oportunidades y que jamás nos falló.

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