Arrancamos una nueva temporada de caza menor en la provincia de Santa Fe y, continuando la narrativa del mes anterior, vamos a compartir dos cacerías emblemáticas.
Por Néstor Baldacci – nestor.baldacci@hotmail.com / Fotografías de Damián Gallo – @fogon_amigo
Siguiendo un poco la forma de redacción de la nota de mayo y, ahora sí, transitando la actual temporada de caza menor, vamos a revivir dos excelentes cacerías realizadas hace muy pocos días, con la adrenalina y los recuerdos a flor de piel.
De Patos:
Hace tres o cuatro días que se habilitó el Pato en Santa Fe y tenemos un DATAZO… me llamó mi amigo Juan Carlos Tira, los patos están muy cerca de su casaquinta a pocos minutos de navegación en lancha. No hay mucho más por decir, coordinamos para ir el sábado a la tarde después de comer, la idea es ir con tiempo para controlar un par de lagunas y bañados donde siempre están.
¿Pero no tenés el dato? (preguntará alguno de ustedes) Bien saben, los expertos pateros, que es un animalito bastante difícil e inconstante y tranquilamente puede migrar de la noche a la mañana de un lugar donde había miles y, al otro día, quedar solo algunas plumas sueltas. Los factores son múltiples, claramente la presión de caza puede ser uno, pero también puede ser, como en el caso de esta nota, que el río esté creciendo y al ir “bañando” otros sectores de la isla, el pato se mueve buscando más y mejor comida, o puede ser, como nos ha sucedido alguna vez, que la noche anterior vino un tormentón tremendo y los corre, que sé yo… el pato es así, por eso cuando ESTÁ, hay que hacer todo lo posible por ir.
La cuestión es que una vez arreglada la cacería vienen los preparativos previos. Como dije, hace dos años que no les tiro así que le saco las telarañas al “patito volador” (un señuelo de pato con una batería y un motor interno, que hace girar un eje donde se instalan dos alas de plástico y al girar imitan el movimiento del pato volando o aterrizando) y rezo un Padrenuestro para que la batería todavía sirva, poniéndolo a cargar un par de horas.
En mi caso, tengo varias mochilas preparadas para diferentes tipos de cacerías, una para los patos, otra para cazar chanchos apostado, otra más liviana para los recechos de caza mayor y un cajón destinado a lo que es la caza de la perdiz. Así que saco la mochila correspondiente y reviso que haya cartuchos (obvio, hay, siempre intento dejar todo listo) y que el repelente esté cargado y no vencido, porque la mosquitada persiste a pesar del frío.
El sábado está nubladísimo y más bien fresco, apuro el almuerzo y a las 14:00 me pasa a buscar Damián en el “Corsita” y vamos hasta el galpón de Juan Carlos donde cargamos todo en su camioneta y salimos pa’l norte, pasando a buscar de paso a Miguel Ángel que también será de la partida. Los kilómetros de ida son un continuado de comentarios apurados de lo bueno que está, la cantidad de patos que hay y cómo los encontraron días atrás cuando Miguel Ángel estaba pescando con su esposa. Van creciendo las expectativas y la ansiedad.
De Perdices:
Empezó la temporada de perdices pero tenía un viaje pendiente a La Pampa, aprovechando la luna, así que aún no he podido salir y la perra me mira de una forma inexplicable. Por fin he podido acomodar los tantos como para hacer una primera salida relámpago, es lo que hay.
Ayer lo llamé a Amadío, el dueño del campo, para preguntarle si podía ir a hacer algún tirito, me dijo que sí. Pero que los lotes están con diferentes grados de trabajo, en el potrero grande frente a la casa, quedó un rastrojo ralo de maíz donde salieron muy dispersos algunos sorgos guachos pero porfiados. Después hay dos potreros largos que siempre tienen alfalfa, que ahora están todos con avena ya crecida, por último, hay un lote de gramilla y, a mis espaldas, queda todavía un potrero con soja que se levanta de un momento a otro. En fin, las ganas y el conocimiento de la zona pueden más, ¡me recontra sirve el permiso!
Damián no me puede acompañar, mi hijo Gastón se quedó el finde en Esperanza (estudia Veterinaria) así que en principio me voy a ir solo, pero durante el almuerzo, unas milas de pollo al horno, charlando la invito a mi hija Juli que me acompañe y si le pinta, que oficie de fotógrafa para ver si puedo tener algunas imágenes que ilustren esta nota. Titubea un poco porque es un día gris de otoño, pero finalmente me da el gusto y sube a cambiarse el “outfite” como dicen ahora.
Entre pitos y flautas son como las dos y media de la tarde cuando empiezo a cargar el auto, como no hay viento me decido por llevar la escopeta calibre 14 (32), el cajón con los cartuchos y trastos preparados para “las perdices”, un bidón de agua fresca, el chaleco, las botas, el infaltable equipo de mate y, por último, Huayra, la perra de Gastón, que esperó 9 meses y medio para volver a cazar.
La isla:
Poco más de media hora después, llegamos a la guardería donde Miguel deja su lancha y donde nos espera Tomi, su sobrino, que también se va a sumar a la cacería. Es un casco enorme, tipo tracker de 6.20 metros así que estamos sobradísimos de lugar a pesar de todos los bártulos que uno lleva. Enganchamos la lancha y nos vamos para el balneario que no es otra cosa que una gigantesca playa repleta de autos, motos, camionetas y trailers de lanchas que ya navegan.
Es la primera vez que voy a ese lugar, me sorprende la inmensa actividad social que hay, son cientos de metros de vehículos y familias pescando de costa o simplemente tomando unos mates, y el arroyo está super concurrido de lanchas que buscan el mejor lugar para pescar, aparentemente se está dando muy bien la variada, sobretodo de amarillos de buen porte, algún que otro patí y manduvíes. Me encanta la pesca, pero mi mente hoy está enfocada en otro tema, así que no presto mucha atención a ver si detecto algún pique en las lanchas que vamos sorteando mientras navegamos con rumbo norte.
Un par de kilómetros aguas arriba seguimos viendo lanchas pero ya no tantas y obviamente la costa es plena isla para donde mires. El cielo es gris y de a ratos se larga una garúa bien finita. Vamos a navegar recorriendo un par de lugares donde “siempre busca el pato” para saber dónde están, ya que el dato es de hace 48 horas y todo puede cambiar. De pronto, la lancha gira 90 grados y se mete en un bañado, enorme, parece no tener fin y navegamos mientras el calado y la vegetación lo permiten. Juan Carlos y Miguel miran un rato con los binoculares, visiblemente hay patos, pero no están seguros de que la cantidad que se observa justifique quedarnos, así que pegamos la vuelta y vamos un poco más arriba, esta vez a la costa de enfrente, donde desembarcan los dos y se pierden en el chilcal.
Se ven volar bandadas por todos lados, los tres que nos quedamos en la lancha (Tomi, Damián y yo) estoicos, casi sufriendo con los patos que vemos remolinear, sin atinar a agarrar los bolsos y escopetas para meternos. Sin embargo, minutos después, reaparecen nuestros Scout’s y nos dicen que hay muchísimo pero no vamos a poder cazar porque ese lugar es un pantano, lo conocen de memoria, vamos a perder más patos de los que encontremos y nos vamos a morir caminando en el barro, así que no! Mejor vemos en otro lado, nuevamente aguas arriba buscamos otra laguna interna pero esta vez no se ve nada, solamente patos chicos, así que decidimos pegar la vuelta e instalarnos en el primer lugar, que ya sabemos que hay bichos y el terreno es mucho más cómodo. Allá vamos.
El potrero:
Salimos de casa y el cielo parece no estar muy de acuerdo ya que a las pocas cuadras empieza a gotear, no es lluvia, pero evidentemente no es el día soñado para perdicear, sin embargo las ganas me pueden y sigo adelante.
A la altura de Monte Vera no llueve y los caminos rurales se ven secos, así que sigo adelante, paso Ascochinga, Arroyo Aguiar, Constituyente y ya la ruta es agua, con charquitos a los costados, entre Laguna Paiva y Nelson se ve que cayó un chaparrón con ganas porque hay mucha agua acumulada en el borde interno del asfalto, no quiero ni mirar, ni pensar en regresar, vamos a mitad de camino, no puede ser que sea tan salado.
Por suerte pasando Nelson la destruida, poseada y malformada Ruta Nacional Nº 11 se presenta totalmente seca y el cielo, si bien gris, no aparenta lluvia, así que acelero con fe y esperanza, de ahí en más todo está seco, inclusive el camino del campo donde llego aproximadamente a las 16:00 horas. Meto directamente el auto en el potrero del rastrojo de maíz, como para estar más cómodo y evitar molestias en los perros de la casa. Entiendo que nuestro comportamiento, respetando la privacidad y las normas básicas de higiene y conducta es lo que hace que mantengamos o no un buen permiso de caza.
La tarde sinceramente, para lo que es las perdices y las fotos es una porquería, pero ni me entero, estoy muchísimo más enfocado en empezar a ponerle cartuchos al chaleco, calzarme las botas y armar la escopeta mientras apuramos los últimos mates con Juli, que en pensar si va a llover o no, si habrá mucho mosquito aún, si la perra va a andar bien, etc. Todo listo, hora de caminar.
Agachate que vienen los patos:
Ya hemos dicho que la caza del pato es una de las más estratégicas y el éxito o el fracaso total se pueden medir con una sola decisión apresurada o razonada. Aunque no parezca, la actividad de las bandadas siguen ciertas lógicas que solo la experiencia y muchos, pero muchos fracasos nos hacen aprender dolorosamente. El pato tiene sus rutas y de la misma manera, de acuerdo a la altura del río (trasladado a los bañados y lagunas interiores) también marcan zonas donde el pato va a buscar asentarse para comer.
Otro factor fundamental es el viento, que no solo marca dónde va a buscar echarse la bandada, sino también de cuál lado van a hacer la aproximación final, ya que, al igual que los aviones, utilizan el viento como sustento para sus maniobras y acuatizan SIEMPRE con el viento de frente. Dicho esto y viendo más o menos cómo se movían las bandadas, optamos por ubicarnos más o menos en línea en uno de los costados, teniendo a nuestras espaldas, a unos 200 metros un montecito de aromos.
El “volador” idealmente deberíamos ubicarlo de frente a nosotros, ya que eso significa que tenemos el viento de espaldas y los patos van a intentar aterrizar de frente a nosotros (ver antes la dirección del viento y en lo posible, no tener el sol de frente que nos deja ciegos a primeras y últimas horas del día). Juan Carlos en una muestra de enorme generosidad, y como él ya cazó dos días antes, nos arma el escondite a nosotros y nos presta sus señuelos estáticos, recontra caseros, hechos con viejos carteles políticos, pero que a los efectos, nos sirven y mucho ya que no pude traer los míos. Lo ideal es ubicar unos señuelos estáticos (los comunes que son patos plásticos flotantes) con uno o dos “eléctricos”.
Tomi y Miguel se ubican a mi derecha, separados unos cuantos metros como para aprovechar bien cada ingreso de bandadas. Hace dos años de la última vez y encima estoy con escopeta prestada, la FAIR calibre 20 de mi hijo, busco excusas como para autoconvencerme de que me va a costar, sin embargo se me viene de frente una bandada de crestones (picazo – Netta peposaca – cresta rosa – pico bermellón y un largo etcétera de alias) y uno de ellos se viene de cabeza a aterrizar, dejo que frene un poco su vuelo y cuando se pone prácticamente en vertical a un par de metros del agua, lo plancho… ¡Bueno, arrancamos bien che!
Recargo y cuando levanto la vista se viene otra bandada, esta vez, desde mi izquierda, dejo que sobrevuelen los señuelos, descuelgo uno y, el segundo, me falla el disparo, por suerte la bandada sigue y Tomi puede meter un hermoso doblete. Y poco después es el turno de los siriríes. Tomi, Miguel y Juan Carlos no les tiran, ellos son fanáticos del crestón, pero, para mí, el siriaco es el mejor para el escabeche, así que por suerte puedo bajar uno y le erro a otro.
La tarde es intensa pero tiene vaivenes, a diferencia de la última vez que vinieron nuestros amigos, hoy el pato no está tan firme para pasar, igual para mí, que hace dos años no los veo, es una locura y tengo más agachadas que japonés en convención, cada amague me agacho para que no me vean y entren a morir.
Primer potrero de la temporada:
Claramente se arranca por el potrero donde dejé el auto, los primeros metros tienen un buen pastito y los sorgos guachos a veces separados unas docenas de metros y otras en grupitos, tipo ramillete, se intercalan con alguna vieja vara de lo que fue un maizal. El suelo está barroso, hace frío y, sin embargo, hay mosquitos (que bicho de porquería) y apenas 20 pasos más adelante el potrero prácticamente se pela, es un barbecho de rastrojo ralo y barro con algunos charcos, la perra busca igual, tiene las mismas ganas que yo. De a poco me voy arrimando a una lomita de unos 20 metros de largo por 5 de ancho, intuyendo que puede haber alguna perdíz, vuelan tres, dos bien pichoncitas, casi ni ruido hacen y la tercera ya medianita, pero no les tiro, ni siquiera levanto la escopeta, me sobra con haber adivinado dónde buscarlas.
Juli y Huayra me quedan mirando, me río, no me van a entender, pero si hay un cielo y un paraíso, seguro mi viejo me estaría aprobando. Seguimos en ese primer costado del potrero y no pasa más nada, llego al final y el siguiente lote es una gramilla alta, de unos 20 cm. Acá están sin dudas, ahora sí, es hora de empezar a cazar. No hacemos ni 10 metros que ya la perra toma una emanación, muestra, vuelo y abajo la primera perdiz de mi 50º temporada!!! Y sí, este año cumplo medio siglo de vida y ya he contado mil veces que apenas nacido mis viejos ya me llevaron al campo a perdicear, resguardado del frío en un Chevrolet 400 SS mientras mi viejo pateaba el potrero.
Ese potrero de gramón está tremendo, me como la segunda perdiz con un yerro inexplicable, pero al toque tengo la revancha, una muestra perfecta, la perdiz vuela hacia mi izquierda, noto que le pego, sin embargo, sigue. ¡Va tocada! Le digo a Juli, la seguimos con la mirada y unos 100 metros más allá inicia una torre ascendente para caer ya sin vida en el medio del campo. La perra no la vio caer así que la tarea de búsqueda aparenta ser complicada.
Para mi sorpresa, mientras busco la víctima donde “cayó” Juli me avisa que la encontró a unos 20 o 30 metros de donde yo la buscaba, así que tuvimos mucha suerte, si hubiera ido solo no la encontraba ni a palos.
Pego la vuelta para el sector del potrero que veníamos rastrillando y consigo una perdiz más antes de llegar al límite del alambrado. La idea de esta primera salida no es hacer una cacería en forma, sino una especie de vareo armado con la perra después de los meses de espera y además, poder volver luego con Gastón y Damián al mismo lugar, así que dejo el 60% de ese lote sin recorrer, me arrimo a la avena, pero unos metros antes de cruzar el alambre que separa un potrero del otro, levantamos 5 perdices más, cazo una y erro otra.
Atardece y llueven patos:
Como dije, la tarde tiene sus altibajos, por ahí se corta la actividad y al rato el cielo se llena de bandadas, y conforme va atardeciendo nos invaden los patitos chicos, bandaditas que van de 5 a 40 patitos chicos, silbadores, capuchinos y gringuitos (canadienses como les dicen también) que nos sobrevuelan a bajísima altura y más de una vez nos hacen agachar al cuete, pensando que son crestones. Así y todo, por ahí aparecen los siriríes y crestones y entre yerros y pegadas me quedo fuera de servicio, no me funciona correctamente el estractor de la escopeta, el cierre no es seguro así que dejo de usarla, se me ensució sin querer y ahí en el medio del bañado con el agua a la mitad de la pantorrilla no está muy cómodo para intentar arreglarla.
Juan Carlos advirtiendo la situación, me presta su escopeta ya que él hizo ya su cacería. Que gesto! El de un verdadero amigo sin dudas.
Agarro su arma y me trae hermosos recuerdos, cuando alcancé la mayoría de edad y junté mis ahorros me compré una escopeta igual, que después de calentón, vendí por otra y luego otra, cosas de la vida… bah. Es una Boito yuxtapuesta calibre 12, la encaro y me parece que va a andar bien, de hecho, es así, me entran dos bandadas de siriríes y en las dos hago dobletes, evidentemente esa escopeta venía con puntería incluida.
En la medida que va oscureciendo, el tránsito de patos (y mosquitos) se incrementa, nos llueven patos de todos lados, pero también llueve finito, una llovizna cerrada, casi neblina que nos anula la visión así que optamos por empezar a juntar los patos cazados y pegar la vuelta, todos más que conformes con la cacería. Pasaron dos años, pero valió la pena, conocí un lugar nuevo, compartí una cacería con gente con la que nunca había tenido el gusto de hacerlo, más allá de conocernos y la verdad salió todo espectacular, salvo para Damián que tuvo que hacer malabares para sacar buenas fotos con un clima tan jodido. ¡Qué lindo que es cazar patos!!! Esperemos repetir pronto.
Hora de ir a comprar facturas al pueblo:
Recorrer la avena es más una excusa que una búsqueda de perdices, de todas formas, ya estaríamos pegando la vuelta hacia el auto, porque le prometí a Juli volver temprano cosa de pasar por la Panadería La Francesa de Llambi Campbell a comprar unas facturas de pueblo incomparablemente más ricas y caseras que las de ciudad, y el pueblo todavía nos queda lejos.
Contra mi pronóstico inicial, en la avena, a pesar de que está crecida en algunas partes, también hay perdices, pero la mayoría es pichonada que ni ruido hacen al volar así que mantengo la yuxta en alerta pero inactiva hasta que Huayra me levanta una adulta y la agarramos. Para no seguir buscando perdices, total ya sabemos que hay, decido salir de ahí y cortar en diagonal el potrerito pelado del rastrojo, solo que del otro lado, porque vamos haciendo una especie de U invertida desde que salimos del auto, como para que se hagan una idea.
Cortamos campo traviesa y sin embargo ahí también hay perdices, Huayra no entiende muy bien que pasa, pero la 14 sigue silente hasta que finalmente tras una muestra hermosa cubro el absurdamente escaso cupo que dispone Santa Fe, miro el reloj y hace exactamente una hora que empezamos a caminar el potrero, es decir, que en una hora, sin rastrillar ninguno de los potreros, errando y dejando pasar un montón de perdices, me alcanza y sobra para llegar al cupo y esto pasa todos los años, qué tontería.
Cuestión, como ya se aproxima el invierno y encima está nublado, el sol empieza a caer, logrando alguna efímera victoria entre nube y nube para colar un rayito de luz, haciendo del atardecer un momento hermoso. Pero el tiempo apremia y promesas son promesas, destripo rápidamente las perdicitas de la primera percha de temporada y rumbeamos para la panadería donde nos compramos un cañoncito de chocolate, dos pirulines de dulce de leche y una factura redonda con crema pastelera al medio que nunca sé su nombre.
Nos comunicamos por teléfono a casa y avisamos que esa noche la cena van a ser perdices salteas en manteca a la provenzal con papas fritas de guarnición… Si esto no es CAZAR, yo ya no entiendo más nada.