También llamada Capital Provincial del Inmigrante, Berisso se encuentra a 65 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, unos treinta minutos por la autopista que la une con La Plata. De la ciudad de las diagonales dista solo siete kilómetros.
Para el pescador, esta localidad costera tiene una ubicación privilegiada, debido a que a sus aguas semisalobres arriban varias especies migratorias: en primavera llegan las corvinas rubias y los bagres de mar; verano es momento de dorados, bogas y variada de piel en los malecones; y en otoño e invierno se asienta el pejerrey.
Después de varios llamados telefónicos concretamos una visita con “Los Mellizos”, guías matriculados que operan en esta parte del río de la Plata. El puerto de Ensenada es un verdadero imán para cientos de deportistas que se congregan cada fin de semana para embarcarse y practicar la pesca deportiva.
El lugar posee estacionamiento vigilado, mesas bancos y baños. Varias guarderías náuticas operan bajando y subiendo un sinnúmero de embarcaciones cada día.
Con un norte de frente bastante molesto comenzamos a navegar con destino a la boya Irene, casi frente a Colonia (R.O.U). Esta señalización marca el hundimiento de un vapor de 64 metros de eslora, que naufragó el 9 de agosto de 1956, y la ubicación es 34°37,975’S, 57°53,609’W.
El río se encontraba bastante limpio y el oleaje nos hacia presagiar una excelente jornada. El capitán colocó dos generosas anclas de capa para disminuir la velocidad del garete. Hacía menos de dos semanas que yo había estado pescando cerca de la isla Martín García en la parte norte del río de la Plata. En esa ocasión descolló una boya tipo palito con dos anzuelos. Esta vez, no tuve ninguna duda y rápidamente coloqué la misma línea que tan bien había pescado en aquella salida.
Grande fue mi decepción, cuando noté que sin una razón lógica no tenía la misma cantidad de piques que el resto de mis compañeros. Por más que retenía la línea, para que las carnadas subieran a flor de agua, o la dejaba totalmente suelta para que bajase bien, o le daba pequeños tironcitos o temblores (torear la línea) para incentivar al pejerrey a atacar los cebos, no obtenía respuestas.
Después de un buen rato de probar y cansado de ver cómo pescaban los demás, decidí reemplazar el famoso puntero ganador de la salida anterior. Hurgando en mi bolso de pesca encontré un aparejo armado sobre una madre de 50 centímetros y una pequeña boyita de 20 milímetros, comúnmente llamada boya tramposa. Este aparejo trabaja muy libre ofreciendo muy poca resistencia a la tomada y llevada del pejerrey. Es imposible visualizarlo cuando la línea se aleja unos metros de la embarcación, por lo cual veremos recién el pique cuando el pejerrey arrastre la boya puntero.
Debido a la libertad que tiene para llevarla para todos lados, es común que el pez venga tragado y, en muchos casos, con dos anzuelos en la boca. Reconozco que, si puedo elegir, me gustan más los aparejos convencionales, donde clavamos efectivamente la boya que tiene el pique. Por algo, este artilugio se denomina “boya tramposa”. Sin embargo, en algunas ocasiones es infalible y, en este caso, marcó la diferencia entre pescar y no pescar.
El viento no mermó a lo largo de todo el día. Si sumamos esto a la bajante, la embarcación gareteaba muy rápidamente, tal vez no dándoles tiempo a los peces a alcanzar los anzuelos.
En general, los piques se daban a más de 50 metros. Con las olas, en muchos momentos no podíamos distinguir las boyas, debiendo pescar a pulso. Con este método debemos controlar la salida del multifilamento. Cuando notamos que se acelera, dejamos llevar unos segundos y clavamos firmemente teniendo en cuenta la distancia en que se encuentra nuestra línea. El garete de aproximadamente unos diez kilómetros nos llevó hasta las inmediaciones de la boya Hillstone (34º 41,968’S 57º 49,895′ W). Se trata del sitio donde se hundió u na fragata de 85 metros de eslora con casco de acero el 21 de febrero de 1920.
La pesca fue buena aunque, me confesaba Ariel Ferreyra, días antes el pejerrey comía más franco. A pesar de todo levantamos unos veinte pescados por caña, cuota más que aceptable teniendo en cuenta el buen tamaño que presentaban.
Por Luis Kurz – kurzluis@gmail.com