Inolvidable y nefasta Pandemia Covid-19 por medio, pasaron dos largos años para volver a vivir la hermosa experiencia de cazar la perdiz común (Nothura maculosa) en el inigualable entorno de las Sierras de Tandil.
Texto: Néstor Baldacci – Fotografías: Damián Gallo
En realidad, si vamos al calendario, la última vez que cazamos en este entorno fue allá por el 2017 / 2018, porque las temporadas siguientes, hasta la pandemia del 2020, fuimos optando por otros destinos y postergando este campo increíble, ubicado entre la zona de Pablo Acosta y Azul, en el sudeste de la increíblemente hermosa provincia de Buenos Aires. Así que este año, ni bien confirmamos que el Ministerio de Asuntos Agrarios había rehabilitado la temporada de caza menor, empezamos a organizar el regreso, de la mano de nuestro anfitrión y amigo, Hugo Fantoni.
La verdad es que, tanto a Damián como a mí, nos hacía muchísima ilusión poder volver a este campo que está inmerso entre las “montañas más viejas de Sudamérica”, como le gusta llamarlas a Hugo, no sin razón, ya que el conjunto de sierras Ventania/Tandilia realmente son las más antiguas y, por eso, su morfología de cimas romas, redondeadas por la erosión de miles y miles de años. Y este campo en particular, está inmerso entre sierras, relativamente bajas, de unos 400 metros de altura, cañadones de pastizales, valles donde se siembra trigo, maíz, girasol y surcado por un par de arroyos de aguas cristalinas que, créanme, son un sueño para la vista.
Lamentablemente, hacía mucho que no íbamos y las ganas de cazar (ojo, digo de cazar en el sentido estricto de la palabra, es decir a “estar cazando”, que no es lo mismo que matar la mayor cantidad de animales en el menor tiempo y esfuerzo posible) eran más poderosas que mi cordura y hoy, a mitad de agosto, con la temporada cerrada y haciendo rayitas en la pared, contando los días y meses que nos separan de la próxima, entiendo que fui bastante tonto de no detenerme aún más de las veces que lo hice, simplemente para contemplar ese paisaje, sentir el viento en la cara en la cima de cada cerro, prestar más atención a las caprichosas formas de algunas piedras, apreciar la belleza de las pocas pero valientes flores que crecen en un entorno bastante hostil, si se tiene en cuenta el intenso frío y la poca cantidad de tierra fértil que algunas de esas sierras ofrecen… escuchar y sentir el agua heladísima y cristalina que corre como venas entre los cañadones… vivir conscientemente la soledad casi absoluta que tuve durante algunos momentos de la jornada cinegética, cuando Damián acompañaba a Hugo y su perro Uri Von Marienkamp, mientras yo recorría alguna ladera junto a Huayra Von Fürth, solo conectados ocasionalmente por alguna breve comunicación a través de los handies para saber dónde estaba uno y otro.
Hoy, con “otra cabeza” (que espero me dure) ansío realmente que en 2023 Buenos Aires vuelva a habilitar la temporada de Caza Menor y que mi amigo Hugo nos vuelva a invitar a ese mismo lugar, para tener una nueva oportunidad de sumergirme en su magia sin igual y, por supuesto, volver a encontrarme con las bravas perdices serranas que lo habitan.
Pero bueno, contemos nuestra experiencia 2022. Llegamos a Tandil luego de recorrer 800 km esquivando el paro de camioneros por la faltante de diesel y rezando que podamos viajar en paz. La noche pintaba como para muy fresca, pero en casa de Hugo tenemos todas las comodidades así que después de una abundante cena, nos fuimos a descansar ya que tendríamos una jornada larga e intensa al día siguiente.
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