Es mayo y tu escopeta lo sabe… arranca la temporada de caza menor y en la provincia de Santa Fe tenemos reglas claras para disfrutarla al máximo en la medida de lo legal y responsable.
Textos: Néstor Baldacci – nestor.baldacci@hotmail.com / Fotografías: Damián Gallo – @fogon_amigo
Nueve meses después de colgar la escopeta y guardar los cartuchos, nos reencontramos para vivir y disfrutar de una nueva temporada de caza menor… Como a la fecha en que se publica esta revista, aún no hemos salido realmente, haré un pobre intento por rememorar dos cacerías muy diferentes, pero que, sin embargo, comparten muchas cosas. Espero les gusten las historias o, caso contrario, que valga al menos la anécdota.
De Patos:
Fue una noche difícil, la ansiedad no me ha dejado descansar bien, sueño con patos y recuerdo anteriores cacerías. Deseo que el clima nos acompañe y sobre todo, que los patos que tantas otras veces nos dejaron plantados, se hagan presentes… ¿será mucho pedir también un poco de puntería?
Obviamente me levanto antes que suene la alarma, no doy más de ganas de salir a cazar. Me incorporo despacio y en silencio para evitar que el resto de la casa se despierte. Ya tengo todo listo para subir al auto así que me preparo un mate cocido bien intenso (una de mis bebidas preferidas, quizás por eso también no sufrí tanto la Colimba) y salgo furtivamente de casa, aún de noche, ya que debo llegar a lo de mi amigo Omar por lo menos una hora antes de que aclare.
Hace frío sí, pero se tolera con un pullover y una campera. Omar ya me espera con la piragua lista, con los señuelos cargados y todo preparado para partir. Apuramos los saludos, ya habrá tiempo de charlar, lo importante es embarcar y salir para “el bañado”… Finalmente, y con apuro, echamos la piragua al agua helada, me acomodo cual Lord Inglés en la proa y el gran Omar se para en popa y empieza a bogar con su pala de 4 metros con una destreza increíble, haciendo avanzar la piragua como si fuera con un motor.
De perdices:
Suena el despertador y salgo eyectado de la cama que me retenía, la ansiedad casi no me deja pegar un ojo, es inmanejable a esta altura y, como siempre, recuerdo lo que hacían mis padres, me mentían o me ocultaban que íbamos a ir a cazar al otro día porque sino no dormía… Mi pasión por la perdiz, se remonta al mismo día de mi nacimiento, un 17 de junio en plena temporada, sin dudas, toda una señal.
Me asomo al patio y la veo a Lola (mi perra de raza Pointer) preparadísima para salir de aventuras. Hace un frío tremendo realmente, pero amo el frío, amo el invierno, así que aspiro hondo y me apuro a terminar de cargar los bártulos en la Duster mientras el sol me va ganando de mano la pulseada por salir antes que despegue del horizonte. Pero bueno, el campito está relativamente cerca y con las perdices no vale la pena hacer un madrugón tan grande, se van a empezar a mover más tarde.
Cargo todo, listo el mate y por supuesto también mi hijo, Gastón, que me acompaña desde que tuvo su primer año de vida, repitiendo un poco mi historia. Obviamente y para evitar problemas con la madre, está sobre abrigado, así que solo se le ve la carita de mejillas rojas entre el humito del café con leche que se está tomando con un alfajorcito Tatín (obligado, porque si por él fuera, sale sin tomar nada, ha heredado toda mi pasión). Partimos…
El bañado:
Todavía es de noche, pero la luna llena nos inunda, marcando el camino de la piragua que va navegando firme con las bogadas de Omar. Es un momento mágico, sumamente difícil de describir, pero lo intento… absolutamente todo se ve como en una película en blanco y negro, donde se resaltan los grises y los plateados.
Por ejemplo, yo sé, tengo la certeza absoluta que la borda de la piragua es verde oscura, al igual que mis pantalones, sin embargo, ante la luna son grises, pero más oscuros que el marrón del agua o que el fondo (gris de verdad) claro de la Piragua… y los islotes son más bien negros, aunque se trasluce el horizonte entre los troncos de los alisos, sauces y timbúes. Solo se escucha el discurrir del agua debajo del casco, las monótonas bogadas de Omar y su resuello sostenido, que a veces se esfuerza ante algún remanso que ladea la piragua.
Pero a medida que nos acercamos al bañado, la Isla va cobrando vida, atrás nuestro el horizonte se va tiñendo de colores, celestes, amarillos y finalmente el naranja que precede al sol. Ya se suman los gritos de las garzas y chajaes, y por último, algún silbido de los patos que nos esperan. Minutos después toda el agua que antes era gris, se tiñe de amarillos y naranjas, mezclados con azules. La línea del bañado se perfila negra al fondo y ya se empiezan a ver bandadas de todo tipo de aves, aunque obviamente las que más nos convocan son las de los patos… estamos llegando (aramos, dijo el mosquito ¿no?)
El potrero:
En la radio voy escuchándolo a Ariel Robledo y a Huguito Giardino en la AM LT10 con su programa “Despierta Litoral” como todos los sábados, aunque a decir verdad, se habla en un 95% de pesca, pero bueno, también me gusta y mucho la pesca, así que sigo firme en el 1020 del dial…. los kilómetros pasan, mientras vamos charlando con Gastoncito, con mil preguntas y conjeturas propias de su incipiente adolescencia.
Última recta y finalmente el camino rural que se abre a la izquierda, ya son solo unos pocos kilómetros hasta el campo donde me espera mi amigo Hugo a quien le avisé un par de días antes que vendría. Pasamos raudamente a saludar por la casa, mientras diez mil perros de todos los colores y tamaños nos ladran y seguimos viaje, ya por adentro del campo, hasta los potreros del fondo, cosa de no perturbar a nuestros anfitriones ni a su hacienda. Ya conocemos el camino de memoria, ese campito siempre ¡¡PAGA!!
Bajamos del auto y le abrimos el portón a Lola para que salga a estirar las piernas y hacer sus necesidades (exageradas por su adrenalina también) mientras nosotros nos calzamos unas botas por el rocío y Gastón me arma la escopeta. La mañana es sacada de un manual, no hay una nube, un frío bastante importante, aunque el sol ya empieza su batalla. Hay poco viento y del sector sur (magnífico) y el trinar de las perdices se hace presente para todos lados.
La caza del pato:
Cuarenta minutos después de embarcar, llegamos al bañado “del Mojón” donde Miguel le pasó el dato a Omar que estaba viéndose pato asentado. Ya está lo suficientemente claro para que se pueda ver perfecto el cielo ¡Amarillo! y distingamos fácilmente el movimiento de las bandadas. Claramente nuestro objetivo es el crestón (picazo que le dicen en Buenos Aires) aunque no descartamos obviamente a los siriríes, tan ricos para un escabeche ¿no?
Finalmente decidimos ir adonde nos parece que van a buscar mejor echarse. El agua está recontra fría, hay que decirlo, pero los waders nos aíslan, así que avanzamos con el agua (y el barro) casi a la rodilla y en algunas partes más hondo también. Dejamos la piragua escondida y con los señuelos al hombro nos vamos separando para optimizar las chances, previa selfie con el celu para después mandarle a nuestro amigo Carlitos que no pudo sumarse.
Si antes había ansiedad, ahí, cuando vas caminando a menos 10 km/h entre el barro que no te deja caminar cómodo, mientras te sobrevuelan mil patos la cabeza, ni te digo como quedás de loco! El sitio elegido para apostarme parece quedar en otro continente, pero sé que soy yo y mis ganas.
Finalmente llego, dejo la Boito calibre 20 apoyada en un mogote de pasto afuera del agua, pero todo húmedo, mojado con barro y agua. Con los dedos durísimos de frío me peleo un rato con el nudo de la bolsa de los señuelos hasta que finalmente cede y puedo empezar a desparramarlos, no sin antes putear claro, por todo lo que demoré (un minuto o dos realmente). Los acomodo con todo el amor de un padre y después saco de la mochila el “volador” un señuelo igual que los que puse a flotar, pero que se encastra en una varilla de un metro y medio de largo, para estar alejado del agua. El bichito tiene un motorcito adentro que hace girar dos alas de plástico, pintadas de blanco que imitan el espejo alar del crestón en vuelo.
La teoría dice que hay que ponerlo con el pico apuntando contra viento, ya que los patos siempre aterrizan contra viento, por una cuestión de sustentación en el vuelo, y apuntando claro a la bandada ficticia que está asentada flotando. Activo el motorcito y las alas cobran vida. Ya solo me falta arrastrar los pies unos 20 metros hasta el escondite que tengo que armar en un mogote de juncos. Ahí aprovecho a tomar resuello ya que no es nada fácil caminar en el bañado. Agarro la escopeta y le pongo dos Activ munición nº 5. Ahora sí, a controlar el horizonte, respirando hondo y limpiándome cada dos minutos los lentes que se me empañan por la diferencia de temperatura entre mi cuerpo, mi respiración y el ambiente más bien frío de la mañana de invierno.
La caza de la perdiz:
Todo listo para arrancar, la llamo a Lola y le pongo la correa para que no me levante mal las perdices cuando no quiero. Como el viento es sur, me tengo que ir hasta el final del potrero y arrancar desde allá, con el viento en contra para facilitar la tarea de búsqueda de la perra con su olfato.
Hay un rocío tremendo y pronto las botas empiezan a brillar mientras caminamos entre la alfalfita con la perra atada que intenta, sin cesar, avanzar en su cuarteo. Es un camino largo, no menos de trescientos metros, por el borde, contra el alambrado, hasta llegar al final del potrerito, pero sé que ese esfuerzo contra la paciencia de la perra y de mi hijo, dará sus frutos apenas nos pegue el viento de frente… Cacé perdices toda mi vida, creo que algo he aprendido.
Ya de frente, el frío nos pega fuerte y nos arranca un lagrimón y algunas gotas en la nariz también, encima la mía es importante, así que las gotas son proporcionales. Suelto la perra que sale como un misil hacia el primer rastro que ya intuyó cuando estaba atada… cargamos las escopetas, nos separamos prudentemente y avanzamos en línea, ambos con chalecos con destellos en naranja flúor para una rápida identificación y ubicación espacial (deberían ser de uso obligatorio, como en los países más desarrollados).
No sin sorpresa, veo que el viento sur empieza a incrementarse, pero bueno, la caza es así y Lola ya está en muestra a mi derecha, del lado de Gastón, así que le toca a él la aproximación. Lo veo caminar recto, contracturado, sobrepasado por la ansiedad (igual que yo a su edad) y su doble yerro amén de una sonrisa, me despierta un consejo innecesario, que en realidad y muy a pesar mío, logra ponerlo más nervioso aún, encima la acción se repite dos veces más, mientras tanto a mí se me levanta entre mis patas, una perdiz que me sale regalada, recta y la volteo sin problemas, ante la mirada cuasi frustrada de mi perra y mi hijo. Pero la mañana y el potrero mismo recién arrancan… como explicarlo sin poner a Gastón más ansioso? Prefiero callar esta vez.
Hermosa mañana:
Casi como de manual, una vez que terminé de acomodar todos los señuelos y mi escondite y tengo la escopeta lista, el cielo entero se limpia de aves y se hace el silencio… como si se hubieran suspendido los vuelos por un paro de aerolíneas, que lo parió! Y al fondo, en el horizonte se escucha una detonación atrás de otra. Se ve que a “esos” no les está yendo nada mal.
Pucha que soy impaciente! Ni hablar cuando encima veo que Omar unos cien metros a mi izquierda ya empezó a facturar… a él sí le pasan los patos!!! Y los colegas del horizonte ni hablar, que PIM, que PUM, que PAM y pasan los minutos, hasta que ya al borde de la frustración, veo una bandada espectacular de unos 15 crestas que se me vienen y al ver mis muy prolijos y cuidados señuelos, se mandan de cabeza.
Al primer tiro, que encima es regaladísimo, lo erro sin siquiera la menor excusa, y al segundo también! Soy un perro mi Dios!… ¡pero no! Tranqui Néstor que ya tendrás revancha y la misma se da ahí nomás, cuando entran dos crestones y logro en el segundo tiro descolgar uno (creo que le pegué de casualidad, porque según yo, le apunté al otro)
Olvidate del frío, del barro y de los increíbles mosquitos antibalas que resistieron la helada y joden un poco mientras con los dedos duros y mojados intento limpiarme los lentes usando mi sombrero de tela también húmeda, entre tiros, yerros, chapuzones y pegadas. Esto es maravilloso señores!!! Es un pato atrás del otro que vuela para donde uno mire. Encima no es nada fácil girar con los waders entre el barro y el frío, pero los patos llegan de todos lados y hay que estar atentos, es un frenesí de llamados, agachadas, tiros, insultos y celebraciones que parece transcurrir en un minuto, aunque en realidad dura más de media hora hasta el próximo “parate” en los vuelos. Es hora de recuperar los que cayeron más lejos y acomodarlos entre los señuelos para aumentar la “bandada mentirosa”.
Buen promedio… 60% de aciertos para mí… la mañana va a seguir, es un día precioso y con Omar no tenemos apuro en volver. Él ha cazado mejor, aunque es mucho más conservador en los tiros, si no están a punto caramelo, no les tira, mientras a mí me pueden las ganas. Esto es sencillamente hermoso señores, no al cuete es una de las cacerías más populares en todo el mundo.
Con los chalecos llenos:
Haberme callado las últimas recomendaciones da sus frutos… Gastón empieza de a poco a asentar su puntería y algún yerro mío le hace ver que todos erramos, no pasa nada, la caza no es solo pegarle al blanco.
Lola un poco más saciada baja el ritmo de su galope y la cacería se hace muchísimo más fácil, es rara la perdiz que se escape a su olfato, ahora mejorado porque el rocío se levantó, gracias al viento al sol, por supuesto. Este campito siempre rinde, ya lo dije, hay muchas perdices y como no somos campeones de tiro, más de una “se va a criar” como dicen en España, indemne.
A pesar de la hora, ya tipo diez, el frío es intenso cuando llegamos al vehículo. Paramos un ratito para que la perra tome resuello (y agua claro) y aprovechamos para evacuar líquidos y tomarnos unos matecitos haciendo un breve recuento de presas y análisis de las tiradas. La idea es recorrer el potrerito siguiente, que nos queda chanta con el viento y pegar la vuelta nomás, ya que con medio día alcanza y sobra en estos campos. La idea no es hacer una masacre sino disfrutar una cacería.
El descanso de los tres, con la consiguiente baja de la adrenalina nos perfeccionó… ahora pobres perdices, somos una máquina aceitada. Lola con las muestras impecables, y nosotros que si no es de un tiro, al segundo cae seguro la perdiz. Encima a mitad del recorrido me sale una rabona espectacular y la pongo a rodar al toque (pensar que hay gente que no les tira porque no quieren malacostumbrar al perro… no saben el manjar que se pierden).
Llegamos al final del alambre, lo miro a Gastón y le digo: “¿ya estaríamos no?” a lo que mi hijo automáticamente me responde satisfecho que sí. Se ve que tantos años de enseñanza han servido para formarle su criterio. Apenas recorrimos dos potreros, el día está impecable y hay perdices para hacer dulce, pero tenemos los chalecos generosos y hemos CAZADO! Hora de pegar la vuelta, limpiar las perdices, cuerear la liebre e irnos silbando bajito, de vuelta a casa, como debe ser.
Espero hayan disfrutado los relatos de dos recuerdos entrañables, hace ya varios años atrás. Yo estoy contento, porque sin haber salido aún al campo o a la isla este 2024, ya “he cazado” y espero que todos tengamos una excelente temporada, acumulando recuerdos que en definitiva son los que nos vamos a llevar.