El norte santafesino le cumplió el sueño a padre e hijo de pescar los grandes trofeos del Paraná… una experiencia única… un momento inolvidable.
Por Mario D´Andrea
Desde hace un tiempo con un grupo de amigos veníamos analizando la posibilidad de ir a la zona de Puerto Piracuá, en el norte de la provincia de Santa Fe, para probar suerte ya que esta zona, por sus características, durante los meses de julio a septiembre, promete buena pesca y la posibilidad de hacer diferentes modalidades en busca de los grandes depredadores.
En esta oportunidad programamos el viaje casi un mes antes, para coordinar que estemos todos, sabiendo que al poner una fecha determinada hay muchos factores que no podemos prever, como por ejemplo: el clima, las condiciones del río, o cómo estará el pique en ese momento.
Muchas veces, cuando salimos para hacer una nota, esta situaciones las tenemos en cuenta y también corremos con la suerte que los guías nos avisan cuando se activa la pesca en algún lugar determinado, lo que es una ventaja. Pero, en esta oportunidad, la fecha se acomodó en función del trabajo, la escuela, y demás obligaciones que cotidianamente se tienen.
La única certeza que teníamos era que, por lo general, este tramo del Paraná, en estos meses, alguna chance siempre te da, y en los primeros días de agosto le confirmamos a Brian Jones para realizar un par de jornadas con la caña y el reel.
Desde el momento que coordinamos, César y Germán dijeron para ir con sus hijos Tomy y Rulo para que vivan esta experiencia, y completamos el equipo Gustavo y yo.
A medida que se acercaba el día de partir lo único que mirábamos era el clima, rogando que nos acompañe, ya que era un factor que podía opacar la salida.
Por suerte llegó el día de viajar y, si bien el frío se estaba haciendo sentir, el pronóstico presagiaba sol y poco viento, mejor imposible… se podía decir que la primera batalla estaba ganada.
Piracuá
Llegamos a las cabañas y me reencontré con viejos amigos que hacía mucho no veía y que habíamos hecho pescas memorables en estas aguas.
Cato, nos esperaba, junto a Brian y Coco, para salir apenas llegamos. La idea era una salida de un par de horas, para matar la ansiedad, no solo de los chicos, sino de todo el grupo.
Nos dividimos en dos embarcaciones: César, Rulo y Gustavo salieron con Brian, mientras que Germán,Tomy y yo salimos con Coco.
Como solo tendríamos un par de horas, Coco, nos propuso armar el equipo de trolling con señuelos de media agua para intentar buscar algún dorado, en la zona comprendida entre el San Lorenzo y el Laurentí.
Mientras navegábamos se me venían imágenes a mi cabeza de algunos lugares que ya no estaban más. Eso es parte de lo que es este río presenta, que es un ecosistema muy dinámico que, año a año, va variando el curso y los accidentes donde suelen refugiarse los peces.
Empezamos hacer las primeras pasadas y, tanto Germán, como Tomy, estaban mudos, esperando ese primer sacudón de la caña que se estaba haciendo desear. Por suerte, pasando por una punta que aceleraba el agua, Tomy, pudo luchar con un doradillo que nos dio la bienvenida. No era grande pero al menos ya habíamos cortado la racha y, rápidamente, se sumó otro ataque más violento que no pudimos concretar.
Cansados por el viaje y ya más tranquilos decidimos volver para programar el día siguiente.
Mientras cenábamos, Brian y Coco, nos propusieron salir temprano al día siguiente, ya que tenían datos que aguas arriba se estaban dando con trolling algunos surubíes y que, si no teníamos problema en navegar una hora, buscaríamos en esa zona para ver si teníamos suerte. Obvio que la propuesta tuvo aceptación de inmediato y, al ver las caras de Tomy y Rulo, estaba seguro que no haría falta despertarlos para desayunar bien temprano y salir al río.
Tal lo pactado, a las 8 hs. de la mañana navegamos hasta la zona indicada y rápidamente nos dimos cuenta, al ver una decena de lanchas, que estaban buscando lo mismo que nosotros. Rápidamente ajustamos y repasamos los equipos para que estén preparados.
La experiencia
Largamos la primera pasada y, a poco de empezar, pudimos ver que en otra embarcación estaban luchando con pez. Eso hizo que ya la adrenalina empezara a circular hasta que, de repente, siento que mi señuelo, mientras pegaba en el fondo, se detiene en forma instantánea delatando un enganche. Por suerte, después de unos minutos, pudimos recuperar el señuelo. No había tiempo que perder y Coco nuevamente posicionó la lancha y largamos la segunda pasada, ya habiendo caído unos 1000 metros aguas abajo, y pasando la zona de enganches, Germán pega el grito y, tras eso, la corrida inconfundible del pez. “¡Eso sí es pescado!”, gritamos todos, para desencadenar la alegría y, al mismo tiempo, los nervios de no perderlo. En ese momento Tomy miraba, pero creo que no podía llegar a comprender bien todo lo que estaba pasando… hasta que Germán le dijo: “Vení hijo… agarrá la caña…”, esas palabras me hicieron comprender lo que estaba sucediendo y, aunque tengo miles de horas en el agua, fue algo increíble ver la cara de Tomy sujetando esa caña con toda su fuerza, sin poder controlar los gritos que salían desde sus entrañas. Poco a poco se fueron turnando, ya que para Germán también era su primera experiencia.
Pasaban los minutos, hasta que, a unos cinco metros de la lancha, vimos la silueta de un cachorrón de 1,20 m largo. Ahí sí, estallaron los gritos y algarabía para izarlo, hacer un par de fotos y devolverlo al agua.
Germán me decía: “Ya está amigo… ya está…”, pero esto recién empezaba, por lo que remontamos y volvimos a intentar pasar por el mismo lugar.
Antes de llegar al punto de piques, siento en mi caña el sacudón y los cabezazos. Rápidamente me di cuenta, por la pelea, que se trataba de algo mucho más chico… y efectivamente era un armado chancho que se prendió del señuelo.
Mientras navegábamos para volver a realizar las pasadas, vemos la lancha de Brian, donde Rulo, el hijo de César, se estaba debatiendo en una lucha y, ya llegando a ellos, vemos que levantan el segundo cachorro, un poco más chico, pero, surubí al fin. Ambas lanchas estábamos de racha.
Seguimos con los intentos hasta llegar al mediodía, sin volver a tener suerte. Era el momento de un parate, un buen asado para cargar energías, y seguir por la tarde.
La sobremesa se prolongó un poco entre anécdotas y risas… y, obvio, con el relato fresco de la experiencia que estaban viviendo.
Volvimos al río e hicimos un par de pasadas fallidas, enganchando en algunos palos, y otras sin resultado. Con el tiempo limitado, ya que deberíamos encarar el regreso para llegar con luz natural.
Coco cambia el lugar de la pasada y, de repente, Tomy pega el grito. Se trataba de un buen pez, rápidamente recogimos los otros señuelos para dejar lugar a que Tomy pelee su propia presa y, por supuesto, limpiando la baba del padre que veía a su hijo emocionado, aferrando a su caña, intentando dominar la bestia. Poco a poco, la fue arrimando a la embarcación, hasta que vimos otro hermoso ejemplar que, estoy seguro, tanto padre como hijo, no olvidarán jamás.
Después de las fotos, Tomy, tuvo el placer de devolverlo al agua, cerrando su propia historia y comprendiendo cuál es lugar de cada uno como pescador y pez.
Todavía quedaban unos minutos para intentar una última caída, aunque por la altura del sol en el horizonte, ya deberíamos ir regresando.
Pero como era tanta la adrenalina, una pasadita más estaba merecida. Volvimos a arrojar los señuelos y, casi llegando al final de la cancha, nuevamente Tomy pega el grito y el reel que empieza a ceder nailon, acusando una nueva captura que, desafortunadamente, después de una corrida interminable, logró zafar del señuelo.
Totalmente satisfechos, mientras regresábamos, podía ver esas dos caras de padre e hijo, con la mirada cómplice y una sonrisa imborrable, gracias a lo que habían vivido.
Obviamente, al día siguiente, volvimos a la misma cancha y, con un par de pasadas, bastó para que Germán tuviera la suerte de su lado y, aunque era un surubí más chico que los anteriores, disfrutó y lo gritó como el primero. La lancha venia de buena racha y, cada uno de los que sosteníamos una caña, estábamos esperando el momento. Obviamente que llegaron algunas cargadas y hasta me dieron consejos cómo tenía que hacer para que me toque un pique a mí…
Por suerte, pude concretar otra captura más para el equipo y, esta vez, un lindo ejemplar que, después de unas fotos, devolvimos al agua. En ese momento, cuando el surubí tomó fuerza y salió nadando a la profundidad, siento el abrazo de Tomy y ahí comprendí que no fue una salida de pesca más…
Tuvimos la suerte de haberle dado la posibilidad, tanto a Tomy como a Rulo, que vivan su primera vez con estas bestias y eso es algo que nunca olvidarán…
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