Invitados por Andrés Ronconi, viajamos hasta los pagos de Urdinarrain en busca de los ciervos axis y jabalíes del río Gualeguay.
Textos: Néstor Baldacci – nestor.baldacci@hotmail.com / Fotografías: Damián Gallo – @fogon_amigo
Era mediados de julio, en plena temporada de pluma, cuando Andrés se comunicó al Instagram de Fogón Amigo para invitarnos a conocer el campo “Las Coloradas” a 20 km. de la localidad de Urdinarrain, en el sudeste de la provincia de Entre Ríos. Por esas fechas, estábamos con la agenda bastante comprometida y, en el medio, ya había tomado la decisión de hacerle el tratamiento de cerakote a mi fusil, proceso que lleva aproximadamente entre 7 y 10 días, más lo que lleva el transporte del arma hasta casa y, por supuesto, contar con el tiempo de volver a calibrarle la mira.
Así que programamos con Andrés la visita para el primer fin de semana de septiembre y el viernes 8 partimos tipo 11 de la mañana con Damián, tranquilos, porque en principio íbamos sobrados de tiempo para estar en el campo pasadas las 15 hs. como habíamos acordado. Sin embargo, uno propone y Dios dispone ¿no?. Resulta que la Ruta Nacional 12, que está básicamente bastante destruida, está siendo reparada entre Crespo y Arroyo Clé, y de ahí en adelante la están reasfaltando, así que cada muy pocos kilómetros había un obrador trabajando permitiendo el paso de una sola mano por turnos.
Para los que han transitado esta ruta, sabrán perfectamente que tiene un tránsito más bien intenso y tupido de camiones del tamaño que busquen y nos fuimos atrasando bastante, así que optamos por parar a almorzar en un camino rural unos escabeches con una picada como para desestresarnos un poco. Renovadas las energías, tuvimos un nuevo retraso cuando el Google Maps me desvió por otro camino alternativo así que cuando nos dimos cuenta, habíamos doblado mal en una rotonda y nos comimos como 100 km entre ida y vuelta… En definitiva llegamos al campo a las 16:15, o sea más de una hora más tarde de la idea inicial, pero bueno, como decía Ortega y Gasset, lo importante es estar cazando y desde que llegamos al destino y nos cambiamos la ropa, ya lo estábamos haciendo de alguna manera.
Andrés nos recibió junto a Leo, su guía, en la casa del campo que cuenta con un par de habitaciones, baño y una cocina con comodidades básicas pero suficientes para descansar y pasar muy buenos momentos mientras uno no está cazando. Además, tenemos en ese campo 1000 hectáreas entre sembrados, pajonales, montes bajos y altos, limita con el Río Gualeguay y lo atraviesan un par de arroyos muy bonitos. Tenés partes altas y zonas de esteros, como para todos los gustos, y si te quedás con ganas, Andrés tiene dos campos más a los que no fuimos por obvias razones de tiempo y porque sinceramente, en este campo está bárbaro para quedarse a disfrutarlo.
En cuanto a infraestructura y logística para el cazador, al día de hoy cuenta con seis apostaderos, algunos con techo, otros no, algunos en altura y otros a ras del piso, y para los traslados internos te lleva en su camioneta o dependiendo el lugar y la cantidad de gente, en un cuatriciclo o, incluso, a caballo, aunque también hay un par de apostaderos a los que tranquilamente podés llegar caminando un par de cientos de metros que mal no nos vienen después de todo ¿no?.
Ahora, comentemos un poco la fauna podemos encontrar en “Las Coloradas”, más allá de que, como bien lo dice su nombre, se las escucha silbar por todos lados. En lo que a fauna autóctona refiere, encontramos perdices, gallinetas, palomas, benteveos, cardenales, calandrias, boyeros, juanchiviros, peludos, mulitas, zorros, patos y carpinchos. Mientras que en exóticos aparte de liebres, hay una muy saludable población de ciervos axis y muchos, pero muchos, chanchos salvajes con un entrevero entre cimarrones y jabalíes.
Primer día
Apenas llegados y cambiados, apuramos unos mates mientras nos conocíamos personalmente con nuestros anfitriones y pronto salimos en la camioneta de Andrés a recorrer el campo, con la idea de apostarnos bien temprano en uno de los cebaderos que cuenta con un apostadero en altura, bien amplio donde entran cómodos tirador y camarógrafo. Dimos una vuelta y nos acercamos hasta la costa del Gualeguay que nos sorprendió muy tristemente con una bajante impresionante, pero también con su enorme belleza de altas barracas mezcladas con bancos de arena inmaculada y muy interesantes correderas que suelen sorprender con algún porte importante de dorado.
Pero nuestro objetivo era otro y antes de las seis de la tarde ya estábamos firmes en el apostadero ubicado en la horqueta de una mora. Me gustó que el piso esté completamente alfombrado lo cual es un gran aliado para el cazador que así evita gran parte de los ruidos que se pueden generar al moverse o si se te cae algo accidentalmente. El cebadero, que no es otra cosa que un pozón donde Andrés y Leo vuelcan maíz regularmente, ubicado a unos 40 o 50 metros del apostadero, tiene además a escasos metros un poste con gasoil y aceite quemado para que se rasquen (y mamita querida, cómo le dan!).
No sé si pasó media hora, como mucho, desde que nos dejaron ahí, cuando empezamos a escuchar los primeros andares sigilosos entre los pajales, que nos pusieron en alerta, pero el tiempo pasaba, el sol caía, las sombras avanzaban y los animales seguían sin entrar. Para colmo al rato empezaron a gritar unas hembras de Axis unos 200 metros o más a nuestra izquierda (aunque es difícil ser preciso con la distancia) y poco después se le sumó bien enfrente nuestro, monte adentro, una batalla campal entre los chanchos que hacían ya bastante difícil de dominar la ansiedad.
Sin embargo, pasó el tiempo y ya en penumbras escuché que “algo” masticaba maíz enfrente nuestro. Levanté el fusil y pude ver que efectivamente había un puerco comiendo. Imposible distinguir si era macho o hembra, si tenía “boca” o no, pero el tipo estaba ahí y yo tenía muchas ganas de reestrenar mi fusil tuneado, así que la ansiedad me superó y cuando me daba la espalda (por decirlo suavemente) apuré el tiro. Al toque se escuchó un chillido tremendo, recargué y cuando estaba por asegurar el animal que se iba como en cámara lenta, se me desapareció de la vista, aunque claramente escuché el pataleo.
Esperamos un rato con Damián y bajamos a ver si encontrábamos el animal, pero, nos llevamos un chasco feo cuando llegamos al cebadero y no encontramos ningún rastro de sangre, aunque era obvio que estaba recontra pegado. Respetando las instrucciones de Andrés y viendo que todo alrededor era un gran pajonal, optamos por no seguir buscando el animal y esperar que vengan a buscarnos (Ah! Olvidaba, te prestan un handy para estar conectados ante cualquier eventualidad).
Cuando vinieron, para desilusión nuestra, nos dijeron que era mejor esperar hasta el día siguiente para buscarlo con luz, además, hacía un frío tremendo así que la carne no correría riesgos y nosotros los íbamos a evitar, ya que estos animales si están mal heridos pueden tomar acciones defensivas. Así que con las caras largas y lamentándome muchísimo de haberme apurado para tirar, nos fuimos a la casa donde un guiso impresionante hecho por Andrés nos devolvió el ánimo.
Segundo día:
Tras un sueño muy reparador y con una temperatura de 4 grados, nos levantamos cuando comenzaba a aclarar, con la idea de hacer un rececho a los Axis y buscar el chancho de la primera noche. Para ampliar las chances, decidimos que Damián saldría con Andrés por un lado, mientras Leo y yo iríamos a otro sector al que nos trasladamos en el cuatriciclo entre pajonales, montes y hasta un arroyo que cruzamos con la tracción doble.
Apenas nos bajamos del cuatri sentimos el disparo de Andrés que nos despertó una sonrisa y apuró nuestros pasos para intentar nuestra propia presa. Pronto nos internamos en el monte entrerriano entre silbidos de coloradas, juanchiviros y cardenales. La verdad es que por todos lados había huellas de ciervos de distintos tamaños, un par de peladeros y huellas de chanchos y carpinchos… ¡Qué difícil es mantenerse calmo en un lugar así!
Caminamos un rato largo con Leo siguiendo alguna huella y tratando de manejar el viento, pero empezó a remolinear y el sol ya estaba alto así que decidimos dar por finalizado el rececho y volver al cuatri para trasladarnos hasta el apostadero de la noche anterior. Ahí nos esperaban Damián y Andrés que nos contaron que el disparo había sido sobre una tropilla grande de chanchos que no dieron un buen blanco y lamentablemente había fallado.
Por suerte la búsqueda dio resultado y encontramos una chancha bien gorda, metida en un pajal, con un tiro bien atrás que le destrozó la cadera y los pulmones, sin afectar increíblemente el triperío. Debo decir además, que por suerte teníamos ese cuatri para sacar el animal de ahí porque sino hubiésemos renegado bastante hasta llegar a lo limpio con casi 100 metros de pajal tupido.
Ya muchísimo más relajados, nos comimos un buen pedazo de costillar del animal asado con chorizos manufacturados por Leo y Andrés, y echamos una corta pero reparadora siesta para prepararnos para nuestra última salida vespertina.
Con el huellerío visto a la mañana, decidimos que lo mejor era apostarnos con Damián bien temprano en uno de los muchos pasaderos que vimos con gran actividad, mientras Leo y Andrés intentarían cazar en otro lado y nos irían a buscar alrededor de las 9 de la noche. Esta espera también fue muy intensa, escuchando pelear chanchos por todos lados, gritar las ciervas y también varios machos de axis bramando y señalando que comenzó el celo.
Súper quietos y concentradísimos en la espera, bien ubicados con viento de cara para no ser descubiertos, nos sorprendieron dos carpinchos que nos pasaron caminando a no más de 5 o 6 metros a nuestro lado y que solo se asustaron una vez que pasaron para atrás de nuestra posición y nos olieron, corriendo prontamente monte adentro. Sin dudas, estábamos muy bien ubicados, pero la fortuna no premió la paciencia y no pasó ningún ciervo como anhelábamos.
Andrés y Leo tampoco habían tenido suerte, así que cuando nos buscaron volvimos a separarnos para intentar algún último rececho aprovechando la claridad de la noche que aún sin luna, nos permitía caminar sin necesidad de ninguna linterna, bajo un cielo súper estrellado. Damián se volvería con Andrés en el cuatri a la casa, mientras con Leo pasaríamos por un par de cebaderos a ver si enganchábamos algún chancho comiendo.
No hubo suerte con las comidas, pero casi como esos goles de fin de partido, cuando ya estábamos a escasos 800 metros o menos de la casa, primero escuchamos y luego pudimos encontrar unos chanchos comiendo al borde de un pajal. Teníamos excelente el viento, así que pudimos acercarnos y esta vez, el tiro fue a la cabeza, planchando un hermoso padrillito joven que cerró nuestra cacería y el cupo permitido por la licencia entrerriana por cazador.
Esa noche se festejó lindo con un buen fernet y unas cervezas bien heladas, que nos ayudaron a tener un excelente y reparador descanso previo a nuestro viaje de regreso a casa.
A la mañana nos levantamos, cargamos la chata y nos despedimos de este lugar increíblemente bello y abundante en animales de caza, que les recomiendo conocer.
Agradecimiento: Para Leo nuestro guía y para Andrés Ronconi, propietaro del campo “Las Coloradas” con quien pueden contactarse al celular: WhatsApp +54 9 3446 648409 – Instagram: @campoycaza.lascoloradas