Increíble, impensado, inesperado y bochornoso veranito de San Juan que ocupó más de la mitad del mes de junio y complicó muchísimo la temporada de caza menor de la perdiz.
Textos: Néstor Baldacci – nestor.baldacci@hotmail.com – Fotografías: Damián Gallo – @fogon_amigo
Ya de por sí, yo odio el verano santafesino, soy totalmente fan del “Team Invierno” porque al calor lo sufro, odio los mosquitos y la humedad y me tengo que bancar 9 meses, como mínimo, al año en los que las altas temperaturas de mi región se sostienen casi sin tregua… imagínense cómo estoy con más de 14 días de junio en los que la mínima supera los 13 grados y las máximas han llegado a rozar los 30 grados… básicamente me muerdo solo.
Pero más allá de lo que podría ser un gusto personal totalmente discutible (ojo, a mí también me gusta el verano en las playas de Brasil o el Caribe, aclaro) la verdad es que por mucho que alguno le guste o prefiera más el calor, en plena temporada de perdiz, este fenómeno climático es un verdadero enemigo. Veníamos recontra bien con un mayo históricamente helado y, de golpe, en mitad de temporada nos encontramos con un calor tremendo que ha reactivado sensiblemente la mosquitada, renovó el riesgo de accidentes con ofidios y que, además, golpea severamente la salud de nuestros perros de caza, que al igual que el resto del reino animal, no entiende qué pasa con el clima y corre “normalmente” en busca de sus presas.
Nosotros lo sufrimos muy vívidamente cuando comenzó la ola de calor, teníamos programada una salida para pasar todo el día cazando en un campo con excelente población de perdiz al que todos los años visitamos. Obviamente habíamos visto el pronóstico, por lo que adecuamos nuestras pretensiones y la idea era rotar un potrero o medio potrero con cada perra, para no exigirlas demasiado y tampoco cazar todo el día.
Con esta idea en la cabeza viajamos súper relajados y llegamos al campo ya entrada la mañana. El objetivo era cazar un par de perdices que iban a ser nuestro almuerzo (así de FE nos teníamos y así de productivo era el campo) y terminar a la tarde con un par de vueltas como para que Guapa, la perra de Damián, que aún no había salido en la temporada, se sacara las ganas.
Justo llegando al campo nos encontramos con el dueño así que aproveché a dejarle un par de vinos por la atención y nos indicó cuáles potreros podíamos caminar para no asustarle los animales. En base a esto definimos hacer el primer intento en una avena ya comida por la hacienda y sacamos a Huayra que, muy pronto, me puso 7 u 8 muestras excelentes de las que logré quedarme con 5 perdices para el almuerzo. Todo, en muy poco espacio de tiempo y lugar. Realmente el campo es excelente.
Le tocó el turno a la joven Guapa, que si bien tiene ya 4 añitos, solo hemos podido darle un par de temporadas de caza porque nació en plena pandemia con las restricciones que esto implicaba y, encima, no le hemos dado vareos de pretemporada que son ULTRA NECESARIOS. Claro, desde la temporada 2023 que no salía, así que ni bien la soltamos empezó a extender cada vez más sus búsquedas y se llevó puestas varias perdices, logrando un par de muestras aceptables, pero a una enorme distancia de mi posición, por lo que no le pude abatir nada como para calmar su ansiedad.
Como ya era mediodía y de acuerdo al cronograma, decidimos hacer ranchada donde siempre lo hacemos: un monte de naranjos y paraísos con excelente sombra y donde la temperatura era muy agradable como para descansar y bajar los decibeles. Rápidamente improvisamos un almuerzo que consistió en perdices deshuesadas, salteadas en aceite con cebolla, sal y naranjas (del lugar) para comer en sándwiches, hidratados solo con una gaseosa y agua fresca.
Tras un reparador descanso a la sombra y con la idea de hacer sólo un par de potreros más antes de pegar la vuelta, nos trasladamos con Huayra nuevamente, esta vez a un potrerito de alfalfa baja, donde había una densidad de perdices realmente desproporcionada. Volaban de a dos o tres por muestra, una locura. Obviamente luego de un par de tiros decidimos sacar la perra de ahí y traer a la otra para que optimice sus marcas.
No fue tan buena idea porque había emanaciones en exceso y la perrita no se terminó de encuadrar nunca, pero trabajó bastante mejor y, cuando pensábamos que habíamos logrado el objetivo, después de un par de perdices bien mostradas y abatidas, e incluso una liebre, notamos que la perra no estaba bien, de galopar pasó a trotar y en pocos metros a caminar. Nos costó un minuto en darnos cuenta que el caminar no era por ventear una presa sino porque realmente le costaba moverse, como que se iba contracturando en las patas traseras, así que automáticamente suspendimos la cacería y me puse la perra al hombro rumbo a la sombra.
Pobrecita, encima que es negra, su cuerpo hervía de calor y si bien no la veía “mal” tampoco notaba que estuviera del todo bien, así que la llevamos al campamento. Ya cerca la perra empezó a dar muestras de recuperarse, pero nos quedamos un rato esperando y rehidratándola. El susto fue grande, pero por suerte el animal se recuperó bien y luego de que la vea un veterinario dictaminó que había sido fruto de un combo entre el calor, la ansiedad propia del animal y la falta de vareos previos…
No sé si esto con frío nos hubiera pasado o no, pero quedó la enseñanza de que los vareos de pretemporada son indispensables, sea la edad que sea del perro. Son deportistas de alto rendimiento que deben tener siempre un entrenamiento y una alimentación adecuada además del plan sanitario al día. En el caso de Guapita, fallamos en el entrenamiento, pero aprendimos la lección y vamos a mejorar!
Más allá de esto, insisto, este calor no es normal y afecta enormemente la ya de por sí efímera temporada de caza… ojalá que para cuando salga esta nota el clima haya vuelto a la normalidad y nos permita tener un último mes con excelentes días para disfrutar.
Estaría muy bueno que me escriban y comenten. Un fuerte abrazo camaradas!